viernes, 3 de diciembre de 2010

LA LOUCHETTE

No soy capaz de centrar la llama de la vela que ilumina mi escritorio. Es por eso que estas letras te llegan emborronadas de ira y de lamentos, no más sucias que las que tú me dedicaste un día.

Tres lágrimas rojas y azules. Tres veo. Tres y la punta de mi nariz. El perfume de sándalo ya no camufla el hedor de mi peluca. Ahora resulta tan putrefacta y maloliente como mi eterna sentencia dictada en tus versos.

Condenado a muerte entre mis piernas. Condenado a la enfermedad por respirar mis besos y mojarte de mis placeres. Condenado a odiarme por haberme amado. Tanto deseo de decadencia y de fealdad es tu castigo. ¿Qué buscabas lamiendo los jugos viscosos que emana mi cuerpo? ¿Cuál era el motivo urgente que te impulsaba a nadar en mis aguas sucias y estancadas? ¿Qué querías de esta puta?

Puta. Puta porque desnuda su cuerpo ante ojos distintos cada noche. ¿No eres tú más puta, poeta, que desnudas tu alma y la desparramas en tinta para el mundo entero? Siento lástima por ti. Quisiste hacer poesía de un cadáver infame y lo conseguiste. Contagiado de cadáver te conviertes en lo mismo, y lo muestras sobre un lecho descarnado de versos. Carne, carne sí, carne querías y ahora no te queda más que rebañar los huesos.

Acaricio la peluca y me detiene un instante de algún tiempo hermoso. Soplo la llama, desaparecen las tres lágrimas. Sólo un cadáver calienta mi almohadón. Palpo frías las sábanas.

Condenado tú a muerte sobre mi boca. Condenada yo a la eternidad de tus poemas.







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