lunes, 7 de marzo de 2011

LAS VUELTAS

- ¿La última copa?

Escucho a lo lejos y en nebulosa. Me giro, le veo y mi corazón empieza a saltar tan rápido que casi le toca las rayas de la camisa.

Accedo a su petición, a pesar de que ya me siento suficientemente borracha. Mi cabeza centrifuga recuerdos y un pensamiento exacto se clava en sus ojos.  Se ha convertido en un viejo. Su corte de pelo ralo y blanco, la mirada muerta y esa mueca en unos labios casi inexistentes, me producen nauseas. Me recuerda al protagonista de una película canadiense, Las invasiones bárbaras, en la que un anciano espera ansioso y cansado la muerte.

- Te aburres – Confirma después de tenerme un rato sentada frente a él sin decir nada. Su voz rugosa se encamina hacia mi cerebro como un cuchillo de sierra – No ¡Qué va! – Procuro sonar alegre - Lo siento, andaba despistada. - Echo la mano a la barra buscando algo que no existe y continuo perdida - ¡Venga! – Grito por encima de los bafles- Sea esa última copa por el reencuentro – el ansia de embriaguez y otras sensaciones, me obligan a complacerle. Me tumbo en algún renglón del pasado.

- ¿Te aburres? – Solía decir. Palabras de seda acariciando mi vientre hace un millón de años. Entonces su pelo era negro, su mirada estirada y firme y sus labios dominaban mi existencia.

El camarero ha roto un vaso al tratar de retirarlo de la barra y me ha devuelto al presente, a la banqueta iluminada por una bola de plata, a la música de De Phazz que no deja de sonar nunca y a su piel comprimida de arrugas. Agradezco que se hayan abortado los recuerdos, me estaba poniendo nerviosa y amarga.

Se mueve torpe, no tiene prisa. Estornuda y se suena violentamente los mocos.  Limpia los restos con la palma de la mano. Ya no le importa si le observo, ya no le importa quién le mira. Se dirige amable al camarero y le pide un Cacique con Coca Cola y un Gin Fizz. Por fin ha aprendido que las buenas maneras gobiernan el mundo. Apoya la mano sobre mi pierna y siento un escalofrío. Parece no darse cuenta del cambio eléctrico que marca nuestros tiempos. - ¿Recuerdas...? - Se esfuerza por captar mi atención. Empeña sus palabras al pasado, con el propósito de que le escuche, de que le sienta y de devolverme a aquél tiempo, en que fui serpiente bailando notas de flauta.

El trago rápido de ron me lleva a un fotograma en blanco y negro aún latente. Los besos horneados de gritos y lamentos en otro tiempo, contra el reflejo sereno y canoso de sus gafas. Besa dulce mi mejilla con los labios arrugados: “¡Te he necesitado tanto!” Mi cuerpo se endurece al susurro. Se tambalea. Estoy borracha. No escucho. No escucho.

Una bofetada me devuelve de golpe a la cama, a su cuerpo perdido en mi tristeza y a su pelo moreno entre mis dedos. Gritos, dolor, horror. Entonces abusaba de su fuerza. Entonces me hacía pequeña con los puños, con otras armas: “¡Te he necesitado tanto!”. Sus manos, ahora trémulas acarician con precaución el rasgar de mis vaqueros. Mi mirada enfoca como una noria su boca deforme y grisácea.
  
Asco. Se mezcla el asco de un tiempo y otro. Quince años ondeados de asco y hoy me reencuentro con él en la barra de este bar ¿Por qué? ¿Quién ha querido ponernos otra vez en el mismo camino? Me agobio. Comienzo a odiarle. Él se empeña en recordarme que un día fue Alain Delon en mi Tren llamado deseo, hipnotizando mis horas. Y yo que no puedo dejar de mirarle, veo al viejo terminal de Las invasiones bárbaras. Aunque, algunos clichés me abofetean la cara en vaqueros y con una camiseta blanca marcando los bíceps sobre mi estómago.

Me estoy llenando de ira. Suelto el aire y el camarero me mira despistado, sonrío como si mi idea estuviera en blanco. También le sonrío a él, al Marlon Brando decrépito. Le agarro  la mano y le arranco del taburete con toda la sensualidad que soy capaz de recordarle. Me lo llevo, muy discreta, al cuarto de baño. Impido con mi boca que diga nada. Le siento en la taza del water sin dejar de besarle. Deslizo mis manos de su cuello a la bragueta, apretando con asco los labios. Bajo la cabeza con los ojos cerrados. Extraigo un hongo arrugado de su pantalón y comienza mi empeño por hacerlo más grande. Le escucho gemir y se escapa una arcada. No pasa nada. Desvío mi pensamiento. Continúa mi trabajo. El pequeño habitáculo en el que existimos mezcla los recuerdos con el olor a orín y a amoníaco. La marca de sus dedos en mi cuello. La quemadura de su cinturón en mis riñones. Eso fue entonces, ahora es un viejo. Trato de convencerme y no soy capaz. Succiono con fuerza y a horcajadas me siento sobre sus muslos rozando con mis nalgas el tergal de su pantalón. Retira mis bragas y le cabalgo con ganas. Le escucho gemir, le escucho gemir, le escucho gemir. Silencio.

El bar se llena de curiosos y fotógrafos. Preparan una carpa fuera. La policía me interroga. Yo no sé nada, hacía años que no le veía, le encontré de casualidad. Me vuelvo a casa despistada.

- La última copa, decías, ¿no? – Sonrío mientras me desmaquillo.




domingo, 6 de marzo de 2011

¿POR QUÉ ESCRIBO?

¿Qué por qué escribo? Porque salgo de mí y me enfrento cara a cara con la desconocida que soy. Y me rebato, y me discuto y me llevo la contraria o me doy la razón. Porque me siento frente a mí  y me hablo y me escucho y me quiero y me enfado conmigo, y así sonrío. Porque si escribo me leo, me veo, y me entiendo, y otras veces no. Cuando escribo me busco y si me leo, me encuentro y si me empeño, me pierdo.
¿Qué por qué escribo? Porque es la manera de sentir de pleno el agua congelada que paraliza mi engaño. Porque de este modo aclaro tus miedos, o los suyos y los de aquel. Porque así me doy cuenta de lo que eres y consigo quererte. Porque aprendo lo que soy y me siento acompañada. Porque hago jeroglíficos de mis secretos, me doy pistas y solo así consigo resolverme.
Escribo porque me lleno de palabras, me sobran dentro y por algún agujero se escapan. Escribo porque quiero que sepas que percibo tu escalofrío, porque no soy indiferente a tu quiero y no puedo, por si acaso no comprendes lo que me hace estremecer. Porque me gusta darlo y que se sepa. Porque estoy aquí y estoy ahí, muy dentro y todo ese dentro, muy fuera.
Escribo para no pensar mientras pienso como lo debo decir. Escribo porque siempre hay algo que decir y necesito pararme  a pensar el qué. Y así paro y también pienso y si pienso vivo.
Escribo porque me gustan las palabras y salir de mí y verme de frente y poder tocar mis intenciones o mis ganas perezosas.
Escribo y así me lloro y después me consuelo. Escribo para sentirme, para saberme.
Pero a veces, no escribo.

martes, 1 de marzo de 2011

POEMA DE AMOR EN PM

Amo mi pijama
Amo a mi moreno
Amo mis mañanas de menciones y almohada
Amo las mentiras que me mantienen mientras
Amo los monstruos que impiden el camino
Porque me motivan y me murmuran mirando
Amo los muros que me desmontan
y las miras a las que aspiro
Puedo pensarlas

Amo las paredes que me imponen poemas
Poesía, pacto de palabras
Pase lo que pase no pierdo la apuesta
Sigo sabiendo ser
Sé que es y está maullando
en mi mano mojada
Sin mencionarlo, prescindiendo
sin que supongas
Amo, pese a todo, ese muro
Que mando partir
Y por partes:

Amo mi pijama,
Miro a mi moreno
Mando matar la puerta pesada
Me invento en la almohada
Y mira pues
Me pongo a pensar y me pasa

Que te amo.