viernes, 25 de noviembre de 2011

BLOQUEO EMOCIONAL

Anoche soñé que me masturbaba contra la espalda de un tipo. Estábamos tumbados sobre un colchón sin sábanas, dentro de una cabaña hecha con tablas de madera. El fondo de mi sueño era blanco y se dibujaba en negro la diana de mi clítoris, como si fuera la viñeta de un comic de Capurnio. Mis gemidos llegaban débiles,  sin apenas inmutarme. El tipo se giraba y en neutro decía: “Deberías mover las caderas. Deberías dejar que me colocara en medio de ti y mover las caderas después”. Me daba la espalda de nuevo con cierta indiferencia. Yo me quedaba fija en las puntas de su pelo sobre el cuello y entonces pensaba que tal vez podría gustarme hacerlo de ese modo. Interferencias. Una de las tablas de madera se desprendía golpeándome la cabeza. El sobresalto me ha despertado. Tenía las bragas mojadas.

lunes, 7 de noviembre de 2011

CLAUDE

Le descubrí a través de los cristales de un bar. Llevaba zancadas de medio metro y movía los brazos a discreción, como si fuera un niño pequeño. Llovía a mares. Me dieron unas ganas peligrosas de seguirle, frenarle y asfixiarle con un beso largo. La lluvia le dejó correr de largo en un segundo y desapareció.

Tres días más tarde coincidí con él en la presentación de un libro. El acto se daba en el Museo del Romanticismo, y supersticiosa como soy, pensé que aquello podía ser una señal. Me acerqué a él imitando los andares felinos de las modelos, y poniéndole un dedo sobre la barbilla le dije:

- Me gusta tu barba descuidada.

Contestó algo raro como: “qu'est-ce que tu me dis?”. Y no dejó de acariciarme el dedo. Al terminar la presentación, me agarró la mano y me sacó a la calle abriendo un paso violento entre la gente. Llovía a mares. Nos refugiamos bajo la marquesina del museo.

- Qu'est-ce que tu veux de moi, belle mon? Susurraba muy sexy, todo el tiempo. Y yo, yo no oía más que las gotas contra mis pestañas y el rumor de sus dedos bajo mi jersey. Tras un restregón tan bonito que hacía honor al nombre de nuestro refugio, nos despedimos sin darnos datos para que eso ocurriera de nuevo.

Una vez más el azar me puso frente a él. Coincidimos en un café cercano a la Plaza de las Descalzas. “Ma douce petite fille, qu'une joie recommencer à se voir”. No supe en aquel momento que me decía. No fue necesario comprender sus palabras para besar su boca y su cuello hasta pintarle de rojo la camisa. Se apartó de la gente que le acompañaba y pidió una botella de champán para compartir conmigo. Tan solo cruzábamos risas, caricias y miradas. De vez en cuando alguna palabra incomprensible para el otro, pero dulce siempre. Me arrastró ebria hacia la calle. Llovía a mares. Un taxi nos llevó al Holiday Inn de Manuela Malasaña. Tímida, pedí una habitación. Él me observaba fascinado: “Quoi est-ce que jolies tes mots sonnent”. Por pudor no os contaré lo que ocurrió en aquella habitación del Holiday Inn. No más que la lluvia taconeaba la ventana como una bailaora y él sonreía. Y yo. Por eso repetimos la semana siguiente y la otra, y la otra y la de después. Convertimos esa habitación en un tablao flamenco. Ese que él tanto deseaba conocer.

Le llevé a Alcalá de Henares, a Toledo y al Escorial. “Qu'est-ce qui est ?” Preguntaba siempre y yo contestaba lo que me venía en gana: “El perro de San Roque”. “Un poco de tinta”. “Mañana vuelve”. “Llueve a mares”.

Me dijo que se llamaba Claude y me enamoré. Nos encontrábamos cada tarde en el café de Las Descalzas y de ahí al Holliday Inn.  “Ça va?” “Me quedé sin crema de manos” “As-tu une faim ? “Fumemos maría” “Qu'est-ce que tu veux faire ?” “A mí también me gusta el aire”.

Quise más y más de Claude. Tanto que me matriculé en la Alliance Française para hablar igual que él. Cada día le decía una palabra nueva: “Bon jour” “Qu'est-ce qui te plaît ?” “M'aimes-tu ?”. Así, poco a poco, me iba descubriendo con palabras, frases, párrafos, hasta que en algún momento logré mantener una conversación con él. Y luego otra y otra y otra más.

Ayer se me perdió la mirada a través de los cristales de un bar. Llovía a mares. Había bebido mucho champán cuando le vi pasar, dando zancadas largas y moviendo los brazos a discreción, como si fuera un niño pequeño. Corrí tras él y le atropellé peligrosamente. “Qu'est-ce qui te prend?”. Le susurré acariciando su barbilla con el índice. “Pourquoi ne te présentes-tu pas déjà au café de Las Descalzas? ". Claude me miraba fijamente, con cara de extrañeza. No sabía que le estaba diciendo. Rechazó mi dedo y continuó con sus zancadas de medio metro. Volví al bar de los cristales pisando los charcos y pensando en él. He aprendido su idioma y nos hemos dejado de entender.