miércoles, 18 de mayo de 2011

MALDITO BAR!

Volviéndome muy loca diré que quiere contarme cosas.

Desde el primer momento lo sentí escondido entre los ladrillos. Algo hay. Está en el cuarto de baño de los chicos, siento un latigazo cuando voy a apagar la luz. En el de nosotras me encuentro como siempre, por eso deduzco que es un hombre. Quizá sea el mismo Baudelaire, tanto invocarle. No. Hoy se ha cagado delante de la barra pequeña, un poeta nunca haría eso, sin embargo, es el cuarto de baño de los chicos lo que me produce escalofríos ¿Y si le pasa a él lo mismo y por eso elige la barra? No creo. Si me conmueve el cuarto de baño de ellos, se entiende que es porque está él. O no. Vaya lío.

Me llama. Estoy segura de que cuando enciende las luces de las bóvedas es porque quiere que vaya, pero no hago caso, me da un poco de miedo y si voy no le doy tiempo a decirme nada, corro escaleras arriba para volver al ruido. Lo que no tengo muy claro es porque las apaga y menos claro porque hace oscura la cueva del fondo, la del espejo, sin que yo le de al interruptor. En esa cueva solo se ve un reflejo, pero no me atrevo a acercarme.

Me fascina cerrar el local. Llegan las dos de la madrugada y pliego las puertas. Entonces recorro todo el espacio apagando luces, como si me guiase una cámara de vídeo.

Hace tiempo que monté este bar y ya he olvidado como llegué a él. Sé que se llama La Louchette porque lo pone en un rótulo, a la entrada. La Louchette fue la amante de ese poeta del que dudo si se ha cagado en la barra pequeña, la de abajo. Ahora tampoco recuerdo porque elegí ese nombre. Igual porque en algún momento dejó de gustarme que solo las heroínas dieran vida a los sitios y decidí darle paso a esta putilla judía y calva que fue, al tiempo, la inspiración y la perdición del poeta (¿se habrá cagado en la barra por eso?). No sé, mi bar se llama La Louchette y a mí me gusta.

Hoy he abierto más alegre que de costumbre. Me encanta tirar de las contraventanas y que el espacio se llene de luz. He elegido a Tom Waits como reclamo para repoblar los taburetes y ha dado resultado. He bajado al sótano y otra de tantas veces, las bóvedas estaban encendidas. Al reponer el papel higiénico, he sentido fuerte la presencia en el baño de los chicos. En el de las chicas no, siempre es así. Sé que quiere decirme algo y esta vez he decidido quedarme y esperar bajo la luz tenue que nunca enciendo. Las bóvedas se han apagado. El espacio se ha hecho negro. Solo el reflejo de la cueva del fondo ha iluminado la estancia.

He corrido hacia Tom Waits para refugiarme en el jaleo. Se han disparado las aceitunas por toda la barra sin parar de pensar y he vuelto abajo. Tenía que hacerlo. Las bóvedas estaban encendidas otra vez, como siempre que quiere contarme. “Nunca le dejo que diga, vamos a ver que quiere”. Me he acercado a la cueva del fondo, a la oscura y, con cierto reparo, he mirado en el espejo. La pared de piedra se ha inundado de alaridos, mi cuerpo tendido e inerte se reflejaba en el rojo abovedado. He intentado cambiar la imagen. No. Era yo. Mis ojos redondos solo han sido capaces de enfocar aquel cuerpo muerto, tan cerca de la manos agitadas de terror, reconociendo vida, al margen de ese cadáver tan mío. Me he mirado desde fuera sin parar de gritar. Tom Waits me ha tapado la boca. Olía a mierda en la barra pequeña.

Ahora sé que mi espíritu está enganchado en los ladrillos. Cada día repongo el papel higiénico en los cuartos de baño. Ahí ha empezado la discusión, en el baño de los chicos. He salido disparada hacia las bóvedas. Él ha corrido tras de mí para explicarme, nos hemos chillado en la barra pequeña. “Maldito poeta!”, Le he gritado y él ha asentido, pero como casi todos, en mitad del poema, se ha cagado de miedo.