lunes, 6 de diciembre de 2010

EL VENDEDOR DE MARCAPASOS QUE NO TENÍA CORAZÓN

Comparto asiento con Mick Jagger en una Limousine. Jumpin Jack Flash envuelve la escena mientras esnifamos coca. Mick me coge la mano y tira de mí por la ventanilla del coche. Volamos. El despertador me atiza contra el suelo. Buenos días, rutina.

Llegaba tarde a la oficina. Bajé de dos en dos los ciento cinco escalones que me separan de la calle, con los tacones colgando de los dedos y tirando apresurada de la cremallera del primer vestido que arranqué del armario. A penas me había dado tiempo a tomarme el café, cuando mi jefe me llamó al despacho.

- ¿Qué le ocurre, señorita, ummm, esto…señorita? – “Este gilipollas aún no se ha enterado de como me llamo”. Traté de escucharle. - Hace más de quince años que trabaja usted para la compañía y nunca hubo queja, pero desde hace algún mes su actitud es muy diferente. Nunca está en su sitio a la hora de entrada. Se despista continuamente y comete errores que ni siquiera se molesta en resolver. - Como siempre, me hablaba chascando los dientes y emitiendo ese ruidito infame que me sacaba de quicio. Yo asentía mordiéndome el pulgar y haciendo enormes esfuerzos por atenderle, pero me resultaba inevitable perder la mirada a ese bodegón tan hortera que tiene colgado en la pared de su despacho. ¿Realmente creerá que decora? No le voy a contar que desde hace meses sueño con Mick Jagger, ese bodegón no lo entendería jamás.

- He comentado su caso con la dirección y estamos de acuerdo en que quizá son demasiados años los que lleva calculando primas de pólizas. Nos parece justo, por todo el tiempo y trabajo que nos ha dedicado, que pruebe en una división superior – “Este imbécil no se entera, de que superior es lo que he probado esta noche con Mick” - Mañana comienza a trabajar en el departamento de Cardiovascular bajo la dependencia del señor Pedro González. ¿Le parece bien? ¿Estamos de acuerdo? ¿Está contenta, señorita, ummmm, esto… señorita?

Salí del despacho directa a la máquina de café, necesitaba una dosis de droga negra para confirmar que la conversación absurda que acababa de mantener era real y no un mal sueño. Me sorprendió ver a Mick Jagger salir del cuarto de baño.

- ¿No te ha servido de nada todo lo que hemos hablado esta noche? Vete, sal corriendo de aquí. ¿No te das cuenta de que no pintas nada? ¡Sígueme! Sigue mi pista y cuando menos lo esperes estarás sentada a mi diestra y entre los dos dominaremos toda esta tontería.

Mi compañero Pablo me sorprendió abrazando el aire.

- ¿Te ocurre algo? – Me preguntó con los ojos como norias.

- Nada. Hablaba con Mick Jagger. Me invita a formar parte de su plantilla. Me cambian de departamento aquí. Estoy asqueada, Pablo. Lo mismo acepto la propuesta de Mick, pero no lo comentes, los rumores pueden hacerme daño. ¿Cómo te va a ti?

- No mucho mejor. He conocido a una rubia escandalosa que se me pone a tiro en cada cita, pero no me atrevo. Necesito aprender a follar antes de atacarla y ando buscando a alguien que me dé clases. ¿Sabes de algún taller? Estoy desesperado. – Ciertamente, se le veía preocupado.

- Ummm. Pues ahora mismo no caigo, pero déjame pensar que lo mismo me acuerdo de alguno. Le preguntaré a Helena que creo que tiene un amigo que acudió a uno de esos y ahora es un experto en Kama Sutra. – Le expliqué sin dejar de mirar a Mick que andaba metiendo monedas para sacarse un capuchino. - Oye, ¿conoces a Pedro González? A partir de mañana trabajaré para él.

Comparto una copa con Mike Jagger en el Angie, mi antro preferido. Me presenta a una vieja amante de Baudelaire que me llama la atención, es bizca y muy fea. Habla, habla y “Come on” mueve mi pie arriba y abajo del suelo. Me extiende las coordenadas de su plan y revienta una alarma en el local. Buenos días, rutina.

“¿Cómo? ¿Las seis y media?”. Recordé que había puesto el despertador una hora antes de lo habitual, por eso mi sueño fue tan corto. Era mi primer día en Cardiovascular y salí de la cama con el mejor pie. El izquierdo, como siempre. Elegí minuciosamente la sombra de ojos a juego con el color de mis zapatos y desayuné zumo de frutas en el bar de debajo de casa. Mick Jagger se agarraba en el metro de una de esas barras infinitas. Le guiñé un ojo y agité mi mano a modo de adiós cuando llegó mi parada.

Pedro González estaba esperándome en mi nuevo despacho. Al verle me alegré de haber estrenado vestido y de ser capaz de soportar doce centímetros de tacón. Pedro era mucho más guapo de lo que había previsto, alto, moreno, típicamente latino, tan bello que no reconocí sus palabras. Su boca se movía de arriba a abajo, de un lado a otro, pero no emitía sonido alguno. Le enfoqué con precisión y me lancé a su bigote. Fue entonces cuando comencé a escuchar su voz ahogada. Trataba de explicarme la importancia de la venta de los nuevos marcapasos. Desde la cremallera de sus pantalones, le llevé la mano al corazón. Y mi mano se perdió en un vacío absoluto. Pedro quería decirme que la mejor manera de vender marcapasos consistía en no tener corazón. Es un profesional de los pies a la cabeza y se ofreció a hacerme una demostración práctica. Asentí y de ese modo, iniciamos una relación amorosa ausente de corazón.

Estoy en una capilla con Mick Jagger. El cura ora un Aftermath sordo y monótono, mientras Mick me da pautas sobre lo que debe ser mi camino. No me lo creo ¡yo en una iglesia! Ni mi subconsciente es capaz de reconocerme en un entorno semejante. Diostesalvemaría. Los silbidos del cura me despiertan. Buenos días, rutina.

Me restregué lo ojos y besé a Pedro antes de salir de la cama. Mi corazón estaba junto a la lámpara de la mesilla de noche. Lo recogí al vuelo y se me escurrió de tanto palpitar. Mi situación laboral había empeorado considerablemente, la venta de marcapasos había caído desde mi entrada en el departamento. No me sentía capaz de prescindir de mi corazón. Mientras me duchaba escuché a Pedro preparar café, sospeché que nuestra conversación durante el desayuno iba a estar ausente de placer y plagada de reproches laborales. Así fue. El silencio se hizo insoportable durante el trayecto en su Audi A4 hasta la oficina. Al llegar nos reunimos en el despacho de mi jefe y entre los dos me hicieron llorar. Mi capacidad para amar intensamente me impedía vender marcapasos, bajo ningún pretexto podría prescindir de mi corazón.

Salí del despacho con la cara en llamas. Enredé mi monedero en busca de monedas para café. Por fortuna me encontré a Pablo en la máquina. Por fin una cara amiga con la que poder desahogarme.

- ¿Te ocurre algo, Sara? – Me preguntó preocupado.

- ¡Flipa! ¡Qué mala suerte tengo, Pablo! Me cambian de departamento y me ponen a currar con un vendedor de marcapasos que no tiene corazón. Pretende que me deshaga del mío para conseguir el mismo número de ventas que él. Me siento acorralada, estoy considerando la posibilidad de marcharme de la empresa, pero necesito pasta para hacer algo. ¡No soporto más! – Le grité entre sollozos. - ¿Cómo vas tú con la rubia? ¿Encontraste algún profesor de sexo? – Desvié la conversación, no me apetecía seguir hablando del tema laboral.

- Acabo de terminar un taller de sexo oral en la Escuela de Sexores. Me ha ido bastante bien pero no es suficiente, de momento aparco a la rubia hasta no convertirme en un maestro. Me han hablado de Fuentesexo y de la Piscisexoría, les llamaré un día de éstos. Vaya, lo mío no tiene mayor importancia, pero ¿y tú? Sara, no puedes seguir así, hay que buscar una solución a tu problema. ¿Estás segura de que Pedro González no tiene corazón? ¡Todo el mundo tiene corazón! ¿No será una pantalla para vender más? Ese tío ha ganado tres concursos seguidos y estoy convencido de que se guarda un as en la manga. Búscaselo y me cuentas, apuesto a que lleva el corazón escondido.

Agitando las caderas sobre el escenario, micrófono en mano, Mick Jagger me canta que voy por buen camino. La bizca toca el bajo a su lado. Aúlla con fuerza y las últimas notas me despiertan. Buenos días, rutina.

Siguiendo las instrucciones de Pablo, me inicié a la busca y captura del corazón de Pedro González. Pregunté a los médicos, investigué su currículum, traté de seducir a otros vendedores para que me contaran su secreto. No había manera. Mis ventas seguían disminuyendo y mi estado de ánimo decrecía por momentos. Sólo aquellas horas en las que soñaba con Mick me sentía feliz.

Fue una noche en su apartamento. Terminamos de cenar y nos tumbamos en el sofá a ver Braveheart en vídeo. Pedro comenzó a acariciarme las orejas mecánicamente, como solía hacer. Harta de seguir sus pautas me giré sobre él y comencé a estrujarle cada uno de sus músculos. Primero el esterno-cleido-mastoideo. Suave el esplenio. Con brío el deltoides y según se me aceleraba la respiración conquisté sus bíceps y sus triceps. Me perdí por sus glúteos dibujándole los gemelos con los dedos de mis pies. Y sin querer, di con mi nariz en un músculo desconocido o descolocado que palpitaba de un modo alocado bajo su bragueta. Coloqué estratégicamente la mano y allí estaba. Pedro González tenía el corazón camuflado entre las piernas. Mi cuerpo se paralizó y le clavé la mirada en los ojos pidiéndole explicación. Se incorporó de un salto y me señaló la puerta. Estaba verdaderamente indignado. Recogí mi ropa y mi bolso y me marché. Había descubierto su secreto y eso me traería serias consecuencias laborales. Esa noche no soñé o no lo recuerdo.

Tal y como había previsto, mi jefe me llamó al despacho a la mañana siguiente. Pedro no había acudido a trabajar. Sin apartar la vista del bodegón aguanté el tirón de sus necias palabras.

- Señorita, esto, ummm…señorita. – “Sara, Sara, Sara, me llamo Sara, capullo” Pensé apretando los puños por no dispararlos al bodegón. - Su situación es insostenible. Tratamos de reubicarla con el fin de darle nuevas expectativas y que creciera, y en lugar de aprovechar esa nueva oportunidad usted se empeña en hacer las cosas a su manera. Mal. Muy mal. Esta mañana he recibido la llamada de Pedro González. Está muy descontento con usted, si se descuida un poco más, arruina las ventas de marcapasos en su departamento. Eso que ha hecho es muy poco profesional, muy poco profesional. – Sonreí al recordar el corazón de Pedro entre mis dedos. - La política de nuestra empresa es la discreción y que sea discreta le pido. Pero no quiero volverla a ver por nuestras instalaciones.

Solté una carcajada, escupí el bodegón y salí del despacho con treinta mil euros en el bolsillo y todas las posibilidades por delante. Telefoneé a Pablo y nos fuimos a comer al Ribeira do Miño. Me encanta chupar las cabezas de los langostinos en las situaciones importantes. Pablo escuchó mi relato con detenimiento sonriendo de vez en cuando.

- ¿Qué tiene el corazón en la bragueta? Ese es un dato a tener en cuenta. ¿Me puedes dar su número de teléfono? ¿No te parece la persona indicada para impartirme clases de sexo? – No había pensado en ello hasta escuchar a Pablo, pero ciertamente, Pedro podría ayudarle a canalizar todos sus sentidos en la entrepierna. Le di el teléfono y continuamos hablando. - ¿Y qué tienes previsto hacer ahora? – Preguntó volviendo al tema que me mantenía temblando de felicidad.

- Aún no he tenido tiempo de pensarlo. – Le contesté con la mirada perdida en algún bodegón del Ribeira que me puso nerviosa sin saber por qué. – Amo la literatura, ya lo sabes, y como me va a resultar imposible ganarme la vida con estos relatos metalitararios que escribo, he pensado que quizá podría montar un café literario al que acudan otros que si se ganan la vida con eso. O algo así. Vaya, según te hablo mi proyecto toma forma, creo que lo llamaré como aquella amante de Baudelaire, esa prostituta que le contagió la sífilis. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! ¡La Louchette! Suena literario, ¿no? Me da que Baudelaire no hubiese podido vender ni un solo marcapasos.

Mick Jagger canta un tema que nunca había escuchado. “Estás a punto de conseguirlo, estás a punto de conseguirlo”, me besa la frente, me arropa con la sábana y me susurra al oído: “Buenos días, vida”.

Hoy Pablo ha venido a La Louchette para ver una actuación brillante de Gonzalo Escarpa, el performance de moda en Madrid. Un cantautor, un músico en violonchelo y la gracia del poeta. El local rebosaba gente y al final del evento le he pedido a Pablo que me cuente cómo le fue con las clases y la rubia.

- Uy. No me dio tiempo a probar a la rubia. Llamé a Pedro González y aceptó la propuesta de ser mi profesor. Le pagué cinco clases y a la sexta me invitó. Me ha convertido en un experto y no puede prescindir de mí. Yo de él tampoco, no te niego. Pedro ya no vende marcapasos, por cierto, se fue de la empresa pero ha recolocado su corazón. – Le miraba fascinada pero no me dio tiempo a escuchar el final de su relato.

- ¡Ey, ey, ey, no te distraigas que hoy hay mucho curro para mí solo! – Los gritos de Mike Jagger me devolvieron al suelo desde el otro lado de la barra. – Le miré sonriendo, me despedí de Pablo, le di mis recuerdos para Pedro y me puse a funcionar con brío.

El local se fue vaciando, recogimos y nos fuimos a dormir. Mick me acercó a casa en su Limousine. Le besé la mejilla, estaba amaneciendo, y con la mano en su nuca le dije: “Buenos días, corazón”.

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