lunes, 6 de diciembre de 2010

HARUKI

Bajé los cinco pisos entusiasmada.

Abrí la puerta del coche, lancé mi mochila al asiento de atrás, le besé la mejilla y me ajusté el cinturón de seguridad. Haruki llevaba unas Ray-Ban Aviator, vaqueros viejos y una bandeja de sushi entre las piernas. Alargó el brazo sin apartar la mirada del volante y me cedió los palillos. Emprendimos el viaje.

Sin mediar palabra, desvió los ojos por encima de las gafas al recorte de mi falda diminuta. Yo sonreía como si no me diera cuenta y picarona me arrastré asiento abajo, mostrando más carne de curiosidad.

Puse la radio, un viejo tema de Angelic Upstarts me animó a juguetear con los palillos. Torpe, enganché uno de los círculos de arroz y se lo llevé a la boca, luego otro y otro, hasta que antipático, me sujetó el brazo y lo retiró hacia la ventanilla.

Me aburría. Montones de horizontes se me perdían de vista. Comencé a trazar figuras chinas sobre mis piernas con los palillos, él no apartaba la vista de la carretera. A veces sí, sólo lo justo para examinar de soslayo mis muslos desnudos. Sin darme cuenta, el palillo atravesó la gomilla de mis bragas y comencé a jugar a partir de ahí. Mis gemidos le llevaron a engullir otro círculo más de sushi, que le ofrecí sujetando los palillos con los dedos de los pies, capricho de mis chanclas veraniegas.

Paró el coche, reclinó hacia atrás mi asiento y tomó posesión de los palillos. Comenzó dividiéndome el flequillo en dos sobre la frente. Siguió con el repaso de la curva exacta de mis labios e introdujo el palillo dentro de mi boca. Comencé a succionar con ansia, sorbiendo como si de la última gota de agua en un desierto se tratara. La respiración de Haruki rebotaba en los cristales del coche. Continuó su trabajo con el palillo hacia mi escote. Uno por uno fue saltando los botones de mi blusa y mis pechos salieron disparados como el pajarito en una cámara de fotos de juguete. Despacio, fue dibujando el tatuaje de mi ombligo hasta llegar a las caderas que sujetaban débilmente mi mini vaquera. Me fundí en un alarido sordo, al tiempo que Decca Wade golpeaba con fuerza su batería. Alcé las piernas y el sushi se esparció por el espacio. Los sobres de salsa de soja reventaron manchando la tapicería de los asientos, las lunas del coche y el cuerpo de Haruki. Le arranqué las Ray-Ban. Sus ojos oblicuos se habían pegado a mi lengua que se restregaba sin prisa, como una fregona limpiando los restos de salsa sobre su piel. Cambiamos de asiento. Mi espalda se dolía una y otra vez contra el volante y arrojé las Ray-Ban Aviator, con ganas al asfalto. Al fin me tendí sobre su boca, clavándole los palillos en las rodillas. Sus ojos rasgados ya eran redondos. El mundo se veía envuelto en granos de arroz, pescado y salsa.

El placer me devolvió a mi asiento y Haruki arrancó el coche. No sin antes bajar para recoger sus gafas, que seguían intactas pese al golpe, aunque esto sólo ocurra en las películas o en los cuentos eróticos.

Continuamos el viaje en silencio. Los palos de la batería de Decca Wade se apagaron con nuestros palillos sushi. Las notas de Angelic Upstarts se fundieron con la brisa que devolvía la ventanilla y la respiración lenta de Haruki.

Nos dirigíamos al pueblo de Xeraco, en Valencia. Las plantaciones de arroz nos indicaban que estábamos llegando. Aparcó el coche.

Me estiré al salir, tenía los músculos entumecidos. Tiré fuerte, como queriendo alcanzar el cielo, y rápido me puse el bikini. Después del invierno largo y helado en Madrid, estaba ansiosa por bañarme en la playa y sentir el látigo del sol. Salí corriendo hacia el mar sin esperar a Haruki, y el paisaje me frenó en seco. La arena infectada de tiendas de campaña y cientos de Harukis jugando al balón de aire, comiendo sushi y tomando sake. Me restregué los ojos. Aquello no era Xeraco, no estábamos cerca de Valencia, sino en la playa de Kamogawa, en Japón.

Haruki llegó sonriente y me besó la nuca acariciándome la tripa con los dedos despistados entre mi bikini. Acomodó sus Ray-Ban sobre la cabeza y me dijo alzando uno de los palillos y golpeando suavemente mi frente: “Para ti, que tanto amas las sorpresas y la salsa de soja”. Montó la tienda de campaña y dedicó el resto de la tarde a hacer sudokus, mientras yo miraba fascinada el paisaje y me atiborraba de sushi casero.

1 comentario:

  1. Uff, que buenos los Angelic! Me guardo tu blog y más tarde sigo leyendo. Saludos.

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