lunes, 6 de diciembre de 2010

LA ALPACA

Le guiñé un ojo al espejo. Me ajusté las tiras del tanga y con las chanclas colgando de los dedos, y el pareo anudado al cuello, abandoné el bungalow con la intención de reunirme con Pedro en la playa. Los bañistas lanzaban balones al aire.

El ardor de la arena me hizo tensar los gemelos. Arrojé el pareo al suelo y lo pataleé intentando enfriar los pies. Hecha un burruño me senté sobre él y encendí un cigarrillo. El calor era tan intenso, que emborronaba y hacía líquida la atmósfera. “El color de mi tanga resulta triste”. Pensé mientras me rodeaba de arena pintada de colores redondos, bolsas de flores, fiambreras y latas de cerveza.

Mi piel se teñía de bronceador y fijé la vista en un punto pardo y rizado, que avanzaba frente a mí. Me froté los ojos. Una alpaca de mirada lánguida y brillante se me acercaba. Sonreí. “Debo dejar de fumar maría”. Aún no se había esfumado ese pensamiento, cuando postró sus patas sobre mi cesta de Versace. Sorprendida, acerqué la mano a su lomo para confirmar que era real, ella acarició mis riñones al tiempo. Incliné la cabeza hacia la izquierda, ella también. Comencé a ponerme nerviosa. Imitaba mis muecas y mis gestos. Me incorporé de un brinco tirando del pareo y de la cesta Versace. La pillé desprevenida y cayó sentada sobre la arena. Me creí vencedora por segundos. Salí disparada hacia el chiringuito. Ansiedad. Junto a mi sombra caminaba otra redonda y rugosa.

Me senté en una de las hamacas y pedí una cerveza. Los camareros parecían no percibir su presencia. Permanecía a mi lado, mirándome fijamente, mientras yo hojeaba el Woman intentando aparentar tranquilidad. A la segunda cerveza comencé a irritarme y decidí liarme un porro para aplacar los nervios. Me sumergí en el último artículo de Reyes Salvador y conseguí despistar la atención durante unos minutos. Cuando levanté la vista, eran dos las alpacas que me contemplaban. “Me estoy volviendo loca”, pensé y pedí la tercera cerveza con el fin de recuperar la lucidez. El camarero sirvió la mía y dos más. Las alpacas me guiñaron un ojo, entendí que se habían confabulado con él para irritar mi mañana de playa soleada.

Pedro estaba a punto de llegar. Ya era la una del mediodía, habíamos quedado a las doce, y él acostumbra a llegar una hora tarde, no mucho más. Mi mirada se perdía impaciente por la pasarela del chiringuito cuando por fin le vi aparecer. ¡No! ¡Error! Una tercera alpaca se acoplaba en la mesa sin más que hacer que contemplarme maliciosa. Apreté los puños.

Saturada de cerveza, pedí un vino. El camarero trajo una botella y cuatro copas. Escupí un bufido. Me puse las gafas de sol con el fin de perderlas de vista, pero lejos de eso, conseguí que cuatro alpacas alcanzaran mi punto de mira. Otro porro, otro vino y un suspiro lamentable que nadie parecía percibir.

- ¡Qué queréis de mí!- Les pregunté desesperada.

- ¿Desea algo, señorita? Los camareros habían cambiado el turno, y éste aún no estaba al corriente de mi grotesca compañía.

- No. Hablaba por el móvil en manos libres. O sí, traiga un tinto de verano. “Al menos esta ronda me saldrá barata”. Pensé.

Mi desesperación hizo retumbar la mesa cuando vi al camarero aparecer con seis tintos de verano. “¡Joder! ¡No les ha dado tiempo!”.

Otro porro. Otra alpaca. “Pedro, Pedro, Pedro”. Imploré la presencia de mi chico como nadar en la superficie. Me ajusté las tiras del tanga y lo acaricié recordando el día en que me lo regaló. ¿Que no me gustara el color le hacía retrasarse más de lo habitual?

El alcohol acorta el tiempo de espera y decidí pedirme un mojito. Luego otro y otro y algo más de maría. La situación comenzaba a divertirme y disparé mi imaginación al universo. “La invasión de las alpacas”. Inicié una historia fantástica en mi cerebro. “Miles de alpacas publicitan en el Woman tangas diminutos de colores insólitos” y en medio de esa invasión, mi cabeza se golpeó contra la mesa. La baba me recorría la barbilla, mi frente se deshacía en sudor y por fin, Pedro. Sólo alpacas a mi alrededor. Ni camareros, ni bañistas jugando a lanzarse el balón. Pedro, montones de alpacas y yo.

Me agarré de su cuello, besuqueándole las mejillas y los labios con ansia.

- ¡Mira! ¡Mira Pedro! ¡Te esperaba y se me acercó una y después otra y mira ahora..! Pedro no me escuchaba, no me sentía ¡No me veía!

-¿Qué hay una humana en la playa?¿Con un tanga como el vuestro pero de un color lúgubre? Eso es imposible. Las humanas sólo sobreviven en Los Andes y visten tangas de lana. ¡Vamos al bungalow, chicas! ¿No os parece que por hoy ya habéis fumado y bebido suficiente?

No hay comentarios:

Publicar un comentario