lunes, 6 de diciembre de 2010

ANTES Y DESPUÉS

El rayo se reflejaba en la ventana de enfrente y me hacía esperar encogida el trueno. Las gotas taconeaban con furia sobre el suelo del patio. El aire envilecía las puertas. Estruendo. A penas se escuchaba, pero Josephine Baker no dejaba de cantar.

No levanté de la mesa del escritorio la copa de Hendricks con rodajas de pepino, fui yo quien se inclinó sobre ella para enfriar la lengua con uno de los hielos, buscando de ese modo, alguna sensación que transportar al folio en blanco que soportaba mi máquina de escribir. El frío me llevó una vez más a ti. Comencé a aporrear las teclas, mezclando el impacto de mis dedos con las gotas de lluvia:

“Te conocí en el antes de mi después. No supe entonces cuales fueron los motivos que te empujaron a acercarte a mí. No tengo ni idea de que fue aquello que despertó tu curiosidad y tu urgencia por descubrirme. No soy capaz de averiguar las razones que motivaban tu ansiedad por conocer mis secretos. En aquel momento te intrigaba todo lo mío, desde mi apellido hasta la manera en que me ato los zapatos. Viviste conmigo este impacto que ha marcado mi destino. Las nuevas circunstancias te aterran a ti más que a mí. Se ha diluido el interés, te alejas a la misma velocidad con la que llegaste. Prefiero no mirarte, eres el reflejo de mi otro tiempo y de este nuevo, veo en ti la felicidad que se quedó del otro lado, la alegría de aquel momento, y sin embargo, tus expresiones no dejan de recordarme el infierno que se me ha impuesto sin esperarlo. Tu actitud es más consciente que la mía, supongo que esas son las razones que te inducen a alejarte. Desconozco los motivos por los que apareciste en mi vida, ahora pienso, sencillamente, que fuiste un marcador de mi tiempo, un duende que me indica que debo valorar mi antes y afrontar mi después.”

Un trueno paralizó el torrente de palabras que fluían de mis dedos. Me llevé la mano a la mejilla. Estaba húmeda. Mi mente se quedó en blanco y Josephine Baker dejó de cantar. La inspiración llovía sobre mí, pero me impedía la duda. ¿Debía relatar el primer capítulo de mi nueva vida o el último de la otra? En uno u otro caso se trataba de dejarte en mal lugar, y esa no era mi idea. Sin embargo, la elección acertada era el único modo de desatar mi condena. Decidí por tanto, crear un personaje ficticio que se pareciera a ti. Unas circunstancias parecidas pero diferentes a las reales y disparar letras a discreción a partir de eso.

La tormenta comenzó a amainar al tiempo que mi ansiedad. Con el dedo empujé la aguja del tocadiscos que soportaba a Josephine. Bienvenidas de nuevo las notas de “J´ai peur de rever”. Lancé una moneda al aire. Cara el último capítulo, cruz el primero. La cruz golpeó el suelo y sonreí. Siempre más fácil narrar el desenlace que contar como sucedió, aunque eso dejara recluidas mis tormentas. Le di un trago a la Hendricks, no sin antes brindar con el aire. La idea estaba dictada, solo quedaba ejecutarla una vez más.

“Acudiste al juicio en camiseta y mal afeitado, como casi siempre. Sin perder de vista mis ojos mientras esperaba el veredicto, clavaste una mueca cínica y alguien activó el pause de tu imagen, te hiciste eterno torciendo la boca en mis recuerdos. Condenada a la silla del escritorio. Condenada a la tormenta y a la hostilidad de las puertas. Condenada a contemplar la máquina de escribir, hasta ser capaz de contar por qué desapareció el personaje en camiseta y mal afeitado de la sala.”

Siempre lo mismo. Bucle y hasta ahí tú, que te esfumaste sin darme pistas de cómo escribir por qué, y mira que siempre trato de suavizar tu personaje. Me giro hacia la ventana de enfrente, me deslumbra un rayo. Me encojo en trueno. Josephine nos cuenta que “C´est si facile de vous aimer”. Mi lengua se ha pegado a uno de los hielos que nadan en la Hendricks y no hay forma. Lanzo la moneda al aire con la esperanza de que salga cara esta vez. Siempre cruz, siempre cruz. No existe manera de intentar el capítulo anterior, que será el que me permita levantarme de la silla del escritorio, cambiar el disco, disfrutar del sol en mi ventana y tomar una copa de ron. Y es que no sé que prefiero. Será que en el fondo me gusta condenarme a la silla y no decir nada, antes de que truene la verdad y me parta un rayo.



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