jueves, 16 de diciembre de 2010

QUE NO TE PILLE DESPREVENIDA

Yo, acostumbrada a viajar en primavera, confundí el camino y casi sin darme cuenta, iba por la nieve, creo, solo recuerdo que comencé a sentir frío y me subí en un carro arrastrado por caballos. Un par de alas sentadas viajaban a mi lado. Fijé la mirada en una raya que perdía el norte y los restos. La luz, difuminada y ciega era ya sólo un punto; moría. Antipática y tacaña me parecía que se acababa. La tierra se había salido de la órbita sin avisar y de sorpresa. Nos alejábamos más y más del sol. Frío, temor. Pensé cuando tuve tiempo de hacerlo: es la vida que se acaba, muero sin despedirme de tanto. Busqué mi primavera, ni una flor en medio del blanco congelado. Agujero negro, ya no más. Ya no siento, ni pienso, no existo. Se acabó el calor de mi tiempo, se acabó.

Cuando desperté, entre blancos y negros, mi cuerpo estaba helado. Pero hallé colores de consuelo, alegría en mitad del invierno y una estufa de mucho calor. Ojos de luz grisácea. Aquello era el cielo, mi alma y mi carne en la gloria ¿Qué cómo lo supe? Porque un piadoso de alas enormes y aire de Ícaro cuidaba mi cadáver. Le guiñé un ojo y sonreí picarona. Recordé que aquella misma mañana me había depilado.



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