lunes, 12 de marzo de 2012

¿QUIÉN CREÓ A LA MUJER?


¡Clack! Se casca un huevo y un hombre aterriza en la sartén. Clikclikclik, los repiqueteos inundan la cocina. Mientras, el hombre nada en el aceite hasta alcanzar el borde del metal. Se agarra con las dos manos al filo de acero y hace presión con los pies tratando de dar un salto ¡Chaf! Se escurre. Cae al fondo de la sartén y decide descansar por, si de ese modo, se le ocurrieran nuevas ideas para salir de allí. Las ideas fluyen. Se van extendiendo. Se hace un faldón alrededor del hombre. Primero transparente. Luego blanco. El hombre se relaja. Ahora sabe que esas ideas son firmes. Lo único que necesita es recuperar fuerzas para ponerlas en marcha y así, encontrar la salida de la sartén. Su duermevela, se ve interrumpido por una lluvia de granizo. Le escuecen los ojos. Negro. Ya no puede ver.
Clikclikclik. Siente un repiqueteo, esta vez ajeno, que le hace despertar. Mira a su alrededor. Sus ideas han conseguido tumbarle en un plato enorme. Se siente bien. Ya no le ahoga el aceite. No existe el escozor. Se asoma al ruido sin acercarse. Mira el contenido de la sartén. Una aglomeración de muchachas rubias gritan en el aceite. Las mira de reojo, con un temor ingenuo. Sus ideas están cuajadas y no encuentra el modo de proceder. Las muchachas rubias, ahora son morenas. Alguien ha apagado el fuego y se las escucha respirar. Una pala metálica las va escurriendo a su lado. El hombre tiembla. Se intimida cerca de tanta mujer.
El plato despega desde la cocina, atraviesa el pasillo y sobrevuela el comedor. El hombre se asoma. Mira hacia abajo y solo ve más hombres. Una masa de hombres en movimiento. Todos corren. Son hormigas persiguiendo una migaja de pan. El plato aterriza sobre una mesa.  Se escuchan voces. Una esponja pinchada en un tenedor, arrastra la cara del hombre hasta cubrir el cuerpo de las muchachas. Las muchachas ya no se llaman. Ya no tienen color. El hombre se difumina. Se vierte. Se extingue. Criiiik. Rechina el tenedor en el plato. El hombre, sus ideas y las muchachas rubias, luego morenas, ya no existen.

¡Clack! Se casca un huevo y una mujer aterriza en la sartén. No se inmuta. Observa como cambian de color sus ideas. Primero trasparentes. Luego blancas. Las fija. Espera la lluvia de granizo con los ojos bien abiertos. Se duerme. Despierta en un plato. Está tranquila. Va acomodando a las muchachas, tal cual llegan, rubias o morenas. Ella sabe, que tras el avance por el pasillo, aterrizará en una mesa. Conocerá al hombre pinchado en una esponja mullida y ¡Plaf! ¡Catapún! Estallará un mundo de recetas.



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