miércoles, 28 de diciembre de 2011

LA NOCHE DEL ACCIDENTE

Mi chico se ha matado en un accidente de coche.

El tiempo en mi salón no existe, es un presente perpetuo. Que se termine el papel higiénico, la leche y los congelados del frigo, es lo único que me hace sentir viva. Mi sueldo no da para pagar el alquiler. Trato de dibujar los números rojos con el pintalabios, aparentando una sonrisa. Y pienso en su chándal y en mi pijama de osos, cavando hondo en el sofá, para encontrar el frac y los tacones de aguja. Los recuerdos llevan toda la mañana acariciándome. Me crezco como una polla enorme. Escupo un sueño. Estoy en paz y me marcho a dormir.

La policía toca la puerta. Salgo de la cama desganada, me pongo la bata y les recibo con una taza de café frío y un montón de legañas en las manos. Me interrogan en el pasillo. No me apetece ser amable y no les paso al salón. El freno de mano de mi Twingo estaba roto, esa fue la causa del accidente. El informe prueba que ya lo estaba antes de que él cogiera el coche e insinúan que podría haber sido cosa mía.  Lo tienen todo muy atado, salvo los motivos que me podrían haber llevado a hacer algo así. Saben la miseria en la que andábamos viviendo. Saben también que ahora esa miseria la soporto yo sola. Lo que no les voy a contar son nuestros sueños de cruceros por el mundo y marisco en la terraza de algún ático de lujo. Eso ya no importa. Mi chico se ha matado. Él ya no sueña y yo tampoco.

No soy capaz de reconstruir la noche del accidente, como me piden. Les puedo describir, si acaso, la rutina que manejábamos a diario, cuando él estaba vivo. Asienten y me piden esa información. Me ruborizo al recordar el primer momento de la mañana. Siempre poníamos el despertador media hora antes de levantarnos para gozar plenamente el uno del otro. Desnudos. Sin cerebro para pensar en las quince horas que se nos venían por delante. Desnudos no existían los problemas. No éramos nada más, ni nada menos. Luego, al final del día, nos quedaban otras dos horas, antes de ir a dormir, para repasar la forma en la que debíamos afrontar y salir de esa situación. Trabajo, trabajo, trabajo y falta de capital para cubrir nuestros gastos.

Uno de los polis ha reparado en la curva que deforma los dibujos de mi bata. Me ha preguntado con una frivolidad que me ha atado el café a la garganta. “De cuatro meses, él no lo llegó a saber, no encontré el momento de decirle”. He contestado con una sonrisa cínica bien disimulada. Me he quedado pegada a la puerta cuando se han marchado. Acariciándome la barriga. Los recuerdos me han apedreado y me he vuelto a la cama agarrándome a las paredes. La noche del accidente conducía yo.  

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