lunes, 8 de agosto de 2011

TENSANDO EL GEMELO


A veces me siento tan poética como una tarde de viernes,  lectura, step y risas.
La puerta de mi salón por noches, es una pintura. Uno de esos cuadros de mediados del siglo XX en los que alguna morena pretenciosa y lozana, se contornea satisfecha, insinuando el placer de un segundo inútil.
A veces me siento tan poética como una palabra o un desorden de ellas, en un revoltijo de admiración y sorpresa.
En el sofá de mi salón, color esperanza, o algún verde, dicen que un muchacho de mirada negra, abre las ventanas de su garganta y sopla ramalazos de buen amor.
A veces me siento tan poética como ese esfuerzo que deja gotas en la piel y ganas de ducharse. Tan fresca como el agua que riega la espuma de jabón y arrastra el sudor del vamos a ello.
Mi salón y la banda sonora de alguna peli ridícula, en blanco y negro, de las que disparan un saxo que se gira en sexo. De las que son nuestro día o nos gustaría que fuera (más por sexo que por saxo, así somos).
A veces soy muy poética, tanto como mi pie doblado, tensando el gemelo, de ganas, de fuerza. Curvando con ira ese saber que sí.
Me siento poética, hermosa y otras patética vomitando letras sobre mi portátil. Segregando miedos, amor y mancuernas. El dolor lo escupe y la razón lo embellece.
Otras veces me siento enferma como la vida misma.
Enferma como aquellos que están enfermos de estructura y paralelas de cemento que los  enmarcan.
Para-lelos, enuncian las revistas del corazón, los programas de audiencia y las marquesinas del autobús. Para-lelos que se permiten el lujo de emitir juicios sobre titulares de lo imposible.
Mi salón apesta a Zara, a salmorejo infectado y a colorete de Mac.
Mi salón, sin apenas sombras, solo el tenue reflejo de la morena lozana, que ya no es lozana sino anoréxica, porque ellos lo han decidido así, y que interpreta un segundo eterno de oficina y cuentas de pobre jefe, de nadie en nada, solo en ella que le sigue la corriente, porque sabe que no le queda más.
Enferma si consiguen convencerme de que debo ser dos, o tres o prole y me veo en una y me empeño en la falta.
En mi salón un sofá verde, verde, verdeando como una loncha de queso que lleva meses en el frigorífico.
Enferma por rodearme de enfermos, hipócritas y cínicos de mierda. De esos que opinan del “Expansión” y no tienen ni puta idea de lo que cuesta un kilo de zanahorias. De esos enfermos a los que deberían poner en cuarentena porque infectan de analfabetismo cuentista y urbano al resto. Me permito el lujo, porque me da la gana.
Podría decirlo mucho más lúcido, mucho más lúdico. Hacerlo incluso mucho más lírico. Pero me resulta imposible mirarlo de frente, y esculpir a esa tribu de enfermos que solo son capaces de mirar por ráfaga mi impotencia, contagiada de ingenuos deseos paridos de necedad, y no tienen ni puta idea de lo putrefactos que están ellos por dentro.
Pues esto me queda, las claves de mis secretos, de ellas me valgo, poquitas armas. Mandan cojones, no poder gritar. Para qué gritar, si se van a tapar los oídos por miedo. Bendita enfermedad el pánico ¡Qué suerte tienen algunos de que exista!
Enferma siempre que la rabia dirija mis dedos sobre las teclas y más enferma aún por permitir que mis flores, hermosas o no, se hagan tubérculos inevitables. Por no ser capaz de impedir el torrente de mierda que derrocha la pantalla de mi ordenador.

¡Qué guapa se ha puesto la morena de la puerta! La que lee una tarde de viernes sobre el step. Esa a la que sus tripas infectadas le hacen vomitar sobre el teclado de su portátil ramalazos de hostilidad perfecta, que a la razón no le queda otra que embellecer, cuando puede .
La miro envidiosa, es una utopía, me resulta imposible que no se haya contagiado de esta epidemia de sabiduría insensata y vana (qué pequeña y  graciosa resulta esa palabra).
A veces me siento tan poética como una estampa en la puerta de mi salón. Lozana siglo XX sobre un sofá verde quesoesperanza que emana un muchacho con garganta de menta. Consolador ¿Qué vibra?






3 comentarios:

  1. La rabia nos enferma. Y nos mata la impotencia. Sólo se me ocurre utilizar, una y otra vez, los materiales de derribo.

    Por eso, me quedo con la acepción mexicana de mancuernas. (¡Señor! Yo nunca encontraba mis "marcuernillas", cuando tenía que vestirme para ir a las reuniones del periódico). Por aquellas tierras se aprende mucho sobre la rabia y la impotencia.

    Salud.
    Sulleiro

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  2. ¿Has trabajado en México para un periódico? Me tienes que contar eso.

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  3. Se está bien aquí, leyendo mientras escucho de fondo a Proyecto Jass. Y sí, tengo que decirlo so pena de reventar y, ya sabes, no es bueno que el hombre reviente solo, este espacio tuyo es muy bueno. Escribes abierta en canal. Me gusta, me gusta.

    Te dejo un saludo y pico

    Mario

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