lunes, 6 de diciembre de 2010

TEDIO

ELLA

Es esa musiquilla de Charlie Parker que siempre suena a las cuatro de la madrugada. Esa melodía que me saca las uñas, dibuja de rojo mis labios, me llena de pelos y me hace aullar.

Hace años que a penas hablamos. Él abre y cierra nuestros días con un beso en la mejilla, paréntesis de nuestra rutina. Yo me limito a limpiar la casa, a hacer la compra y a mirar la tele mientras le espero. La tele. Hemos comprado una nueva para colgar en algún rincón del dormitorio, ya no somos capaces de dormir sin las voces de Mercedes Milá y el finalista de Gran Hermano.

Añoro aquellos años en los que a penas tenía tiempo para recoger los platos de la cena. Yo disponía la mesa con la sonrisa mentolada y mi ropa interior por todo lo alto y lo transparente. Hablábamos y hablábamos, hasta que él perdía el control y cerraba mis labios con los suyos. Me empujaba contra el bol de la ensalada y lamía el aceite de mi ombligo. Yo le restregaba la cebolla que nos había sobrado, haciendo dibujos sobre su espalda. Mi camisón se deshacía y las bragas se estampaban rebotando contra la ventana. Luego era él quien me rebotaba. Se apagaban los suspiros y amanecíamos tendidos sobre la mesa de la cocina.

No fue de repente que echamos el cerrojo al color de los fogones. Poco a poco se fue haciendo el silencio, y de la ensalada pasamos a mirar la televisión desde la cama.

Vacío. Todas las horas vacías y un beso de ida y vuelta en la mejilla.

Miro la tele y me aprendo los nombres de los personajes de la telenovela de moda mientras le espero. Su beso en la mejilla interrumpe el desenlace del culebrón. No le escucho. Le he dejado la cena tapada con un plato, en la cocina. Yo no tengo hambre. Él tampoco come. Se desnuda, se mete en la cama y comparte conmigo el programa del corazón que nos lleva al sueño. Buenas noches. Beso de buenos días.

Desde hace algunos meses me despierto de madrugada. A las cuatro, las notas de Charlie Parker interrumpen mi sueño a modo de alarma. Me tiembla el cuerpo, se pegan los labios sobre sus hombros y le bajo el pijama. Mi cara recorre su barriga y le escucho gemir. Su mano en mi cabeza. Sus patillas encierran las orejas entre mis muslos. Risas. Placer. Y de nuevo al negro oscuro. Charlie Parker se desvanece y me devuelve al otro lado de la almohada. Cambia mis uñas y el rojo de mis labios, por los calcetines y el guatiné. Buenos días. Beso curvado.

¿Qué me ocurre, doctor? ¿A qué se debe mi trasformación nocturna? Si es que no puedo dormir y luego no soy capaz más que de mirar la tele mientras acaricio la musiquilla que suena a las cuatro de la madrugada, esa con la que Charlie Parker me desata del colchón.

ÉL

¡Quién va a saber si no yo lo mucho que la quiero! Y por el amor que la tengo llené el apartamento de televisiones ¡Que no se me aburriera entre pepinos y lechuga!

Igual es desde entonces que a penas hablamos. Yo la beso cada mañana y al llegar por la noche, al menos de ese modo consigo recordarle que existo y convivo con ella. Pero no me siente, no va más allá del personaje que sale en algún programa voiyer. Nuestras conversaciones, si es que se dan, se tornan en el ganador de aquel concurso.

Echo de menos nuestros tiempos de cocina. Entonces terminábamos de cenar haciendo el amor sobre los restos de calabacín y tomate, y desde ahí no había más que la ducha, la corbata y de nuevo ella.

Le confieso un truco, doctor. He programado un cd de Charlie Parker de cuatro a cinco de la madrugada que nos saca de la rutina, por ahí se transforma en aquella que me hacía la cena, pero sólo por una hora consigo saborear los berros y los canónigos.

¿Cómo hago para volver a ella el resto del día?

DIAGNÓSTICO: TEDIO

Para ella: Compre un libro de recetas.
Para él: Destruya todas las televisiones.
Para ambos: Charlie Parker de cuatro a cinco de la madrugada. No más.

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