El rayo se reflejaba en la
ventana de enfrente y me hacía esperar encogida el trueno. Las gotas taconeaban
con furia sobre el suelo del patio. El aire envilecía las puertas. Estruendo.
Apenas se escuchaba, pero Josephine Baker no dejaba de cantar.
Rocé con la lengua los
hielos de la copa de White label, buscando de ese modo, alguna sensación que
transportar al folio en blanco que soportaba mi máquina de escribir. El frío me
llevó una vez más a ti. Comencé a aporrear las teclas, mezclando el impacto de
mis dedos con las gotas de lluvia:
“Te conocí en el antes de mi después. No supe entonces cuales
fueron los motivos que te empujaron a acercarte a mí. No tengo ni idea de que
fue aquello que despertó tu curiosidad y tu urgencia por descubrirme. No soy
capaz de averiguar las razones que motivaban tu ansiedad por conocer mis
secretos. En aquel momento te intrigaba todo lo mío, desde mi apellido hasta la
manera en que me ato los zapatos. Viviste conmigo este impacto que ha marcado
mi destino. Las nuevas circunstancias te aterran a ti más que a mí. Se ha
diluido el interés, te alejas a la misma velocidad con la que llegaste.
Prefiero no mirarte, eres el reflejo de mi otro tiempo y de este nuevo, veo en
ti la felicidad que se quedó del otro lado, la alegría de aquel momento, y sin
embargo, tus expresiones no dejan de recordarme el infierno que se me ha
impuesto sin esperarlo. Tu actitud es más consciente que la mía, supongo que
esas son las razones que te inducen a alejarte. Desconozco los motivos por los
que apareciste en mi vida, ahora pienso, sencillamente, que fuiste un marcador
de mi tiempo, un duende que me indica que debo valorar mi antes y afrontar mi
después.”
Un trueno paralizó el
torrente de palabras que fluían de mis dedos. Me llevé la mano a la mejilla.
Estaba húmeda. Mi mente se quedó en blanco y Josephine Baker dejó de cantar. La
inspiración llovía sobre mí, pero me impedía la duda. ¿Debía relatar el primer
capítulo de mi nueva vida o el último de la otra? En uno u otro caso se trataba
de dejarte en mal lugar y esa no era mi idea. Sin embargo, la elección acertada
era el único modo de desatar mi condena. Decidí por tanto, crear un personaje
ficticio que se pareciera a ti. Unas circunstancias parecidas pero diferentes a
las reales y disparar letras a discreción a partir de eso. El tono de mis
palabras me parecía demasiado poético y decidí escribir en bruto. Así como lo
recordaba.
“De aquellas trabajaba como ayudante de una cocinera mal follada
que me observaba cada día, trapo al hombro, cuchillo en mano. Pasaba las
mañanas y las tardes a la sombra, cortando zanahorias como pollas de viejo y
pelando cebollas que me hacían llorar. Tú me esperabas cada noche en la puerta
del restaurante y de ahí a ese apartamento prestado, donde bebíamos cerveza y
planeábamos la escapada a ese paraíso millonario que habíamos inventado. En
ningún momento imaginamos que el precio del billete sería tan caro”.
La tormenta comenzó a
amainar al tiempo que mi ansiedad. Empujé la aguja del tocadiscos. Bienvenidas
de nuevo las notas “J’ai peur de rêver”. Lancé una moneda al aire. Cara el
primer capítulo, cruz el último. La cruz golpeó el suelo y sonreí. Siempre más
fácil narrar el desenlace que contar como sucedió, aunque eso dejara recluidas
mis tormentas. Le di un trago al White Label, no sin antes brindar con el aire.
La idea estaba dictada, solo quedaba ejecutarla.
“Aquella mañana la cocina rebosaba patatas y
deseo. Era necesario pelar una caja entera antes del mediodía y lo hice
automáticamente, sin dejar de dirigir mi pensamiento a nuestra huida. No solté
el cuchillo. No lo hice. Guiada por un impulso al que de momento no he puesto
nombre, me dirigí hacia tu casa. Ya en el portal escuché el sonido de la radio
y el suave deslizar de una plancha. Tu esposa estaba allí pero yo era a ti a
quien buscaba. Me abrió la puerta sorprendida. Sin quitar ojo del cuchillo y
con la voz temblorosa, me dijo: “Ha trabajado toda la de noche, ya sabes, ahora
duerme”. Todavía me pregunto como pudo tragarse ese rollo del supuesto ensayo
que escribíamos juntos. Irracional, la pegué un empujón y me adentré hacia tu
dormitorio. Sabía que matarte sería la única manera de terminar con esas
esperanzas inventadas que me hacían tanto daño y que me impedían la
concentración en la cocina. Se puso en medio. Ella no era consciente de mi
falta de alma. Se puso en medio y yo no pude evitar la rabia. Fueron necesarios
cinco cuchillazos para desmoronar mis sueños. Ya no me quedaron fuerzas para
ti. Después volví a la cocina. Nadie me había visto salir. La cocinera, trapo
al hombro, se sorprendió al ver tal cantidad de patatas y de zanahorias que
aquella mañana me había dado tiempo a pelar”.
Las gotas sonaban suaves
esta vez. Asomé la cabeza por la ventana y dejé que se me empapara el pelo. Le
di el último trago al White Label y me serví otro. Aún me quedaban cosas por contar.
Josephine Baker danzaba por mi salón. La pereza no me impidió golpear de nuevo
las teclas y la embriaguez me hizo recuperar mi tono poético
“La policía nos busca. Tienes miedo. Yo no tanto. Ahora no sé si
fue matar a tu esposa lo que cambió mi vida o matar los falsos sueños que me
habías inventado. Tienes miedo. Yo también, pero mi miedo es justo. Soy yo
quien debe afrontar la vida en bruto. Te alejas. Ahora sé que solo fuiste un
marcador de mi tiempo”.
Siempre lo mismo. Bucle y
hasta ahí tú, que te esfumaste, y mira que siempre trato de suavizar tu personaje.
Vuelvo a mi White Label. Lanzo la moneda al aire con la esperanza de que salga
cara esta vez. Siempre cruz, siempre cruz. No existe manera de intentar el
capítulo anterior que será el que me permita levantarme de la silla del
escritorio. Así podré cambiar el disco y disfrutar del sol en mi ventana. No
soy capaz de escribir como inventaste esos sueños. Mejor no decir nada, antes
de que truene la verdad y me parta un rayo.