lunes, 27 de agosto de 2012

ANTES Y DESPUÉS


El rayo se reflejaba en la ventana de enfrente y me hacía esperar encogida el trueno. Las gotas taconeaban con furia sobre el suelo del patio. El aire envilecía las puertas. Estruendo. Apenas se escuchaba, pero Josephine Baker no dejaba de cantar.
Rocé con la lengua los hielos de la copa de White label, buscando de ese modo, alguna sensación que transportar al folio en blanco que soportaba mi máquina de escribir. El frío me llevó una vez más a ti. Comencé a aporrear las teclas, mezclando el impacto de mis dedos con las gotas de lluvia:

“Te conocí en el antes de mi después. No supe entonces cuales fueron los motivos que te empujaron a acercarte a mí. No tengo ni idea de que fue aquello que despertó tu curiosidad y tu urgencia por descubrirme. No soy capaz de averiguar las razones que motivaban tu ansiedad por conocer mis secretos. En aquel momento te intrigaba todo lo mío, desde mi apellido hasta la manera en que me ato los zapatos. Viviste conmigo este impacto que ha marcado mi destino. Las nuevas circunstancias te aterran a ti más que a mí. Se ha diluido el interés, te alejas a la misma velocidad con la que llegaste. Prefiero no mirarte, eres el reflejo de mi otro tiempo y de este nuevo, veo en ti la felicidad que se quedó del otro lado, la alegría de aquel momento, y sin embargo, tus expresiones no dejan de recordarme el infierno que se me ha impuesto sin esperarlo. Tu actitud es más consciente que la mía, supongo que esas son las razones que te inducen a alejarte. Desconozco los motivos por los que apareciste en mi vida, ahora pienso, sencillamente, que fuiste un marcador de mi tiempo, un duende que me indica que debo valorar mi antes y afrontar mi después.”

Un trueno paralizó el torrente de palabras que fluían de mis dedos. Me llevé la mano a la mejilla. Estaba húmeda. Mi mente se quedó en blanco y Josephine Baker dejó de cantar. La inspiración llovía sobre mí, pero me impedía la duda. ¿Debía relatar el primer capítulo de mi nueva vida o el último de la otra? En uno u otro caso se trataba de dejarte en mal lugar y esa no era mi idea. Sin embargo, la elección acertada era el único modo de desatar mi condena. Decidí por tanto, crear un personaje ficticio que se pareciera a ti. Unas circunstancias parecidas pero diferentes a las reales y disparar letras a discreción a partir de eso. El tono de mis palabras me parecía demasiado poético y decidí escribir en bruto. Así como lo recordaba.

“De aquellas trabajaba como ayudante de una cocinera mal follada que me observaba cada día, trapo al hombro, cuchillo en mano. Pasaba las mañanas y las tardes a la sombra, cortando zanahorias como pollas de viejo y pelando cebollas que me hacían llorar. Tú me esperabas cada noche en la puerta del restaurante y de ahí a ese apartamento prestado, donde bebíamos cerveza y planeábamos la escapada a ese paraíso millonario que habíamos inventado. En ningún momento imaginamos que el precio del billete sería tan caro”.

La tormenta comenzó a amainar al tiempo que mi ansiedad. Empujé la aguja del tocadiscos. Bienvenidas de nuevo las notas “J’ai peur de rêver”. Lancé una moneda al aire. Cara el primer capítulo, cruz el último. La cruz golpeó el suelo y sonreí. Siempre más fácil narrar el desenlace que contar como sucedió, aunque eso dejara recluidas mis tormentas. Le di un trago al White Label, no sin antes brindar con el aire. La idea estaba dictada, solo quedaba ejecutarla.

“Aquella mañana la cocina rebosaba patatas y deseo. Era necesario pelar una caja entera antes del mediodía y lo hice automáticamente, sin dejar de dirigir mi pensamiento a nuestra huida. No solté el cuchillo. No lo hice. Guiada por un impulso al que de momento no he puesto nombre, me dirigí hacia tu casa. Ya en el portal escuché el sonido de la radio y el suave deslizar de una plancha. Tu esposa estaba allí pero yo era a ti a quien buscaba. Me abrió la puerta sorprendida. Sin quitar ojo del cuchillo y con la voz temblorosa, me dijo: “Ha trabajado toda la de noche, ya sabes, ahora duerme”. Todavía me pregunto como pudo tragarse ese rollo del supuesto ensayo que escribíamos juntos. Irracional, la pegué un empujón y me adentré hacia tu dormitorio. Sabía que matarte sería la única manera de terminar con esas esperanzas inventadas que me hacían tanto daño y que me impedían la concentración en la cocina. Se puso en medio. Ella no era consciente de mi falta de alma. Se puso en medio y yo no pude evitar la rabia. Fueron necesarios cinco cuchillazos para desmoronar mis sueños. Ya no me quedaron fuerzas para ti. Después volví a la cocina. Nadie me había visto salir. La cocinera, trapo al hombro, se sorprendió al ver tal cantidad de patatas y de zanahorias que aquella mañana me había dado tiempo a pelar”.

Las gotas sonaban suaves esta vez. Asomé la cabeza por la ventana y dejé que se me empapara el pelo. Le di el último trago al White Label y me serví otro. Aún me quedaban cosas por contar. Josephine Baker danzaba por mi salón. La pereza no me impidió golpear de nuevo las teclas y la embriaguez me hizo recuperar mi tono poético

“La policía nos busca. Tienes miedo. Yo no tanto. Ahora no sé si fue matar a tu esposa lo que cambió mi vida o matar los falsos sueños que me habías inventado. Tienes miedo. Yo también, pero mi miedo es justo. Soy yo quien debe afrontar la vida en bruto. Te alejas. Ahora sé que solo fuiste un marcador de mi tiempo”.

Siempre lo mismo. Bucle y hasta ahí tú, que te esfumaste, y mira que siempre trato de suavizar tu personaje. Vuelvo a mi White Label. Lanzo la moneda al aire con la esperanza de que salga cara esta vez. Siempre cruz, siempre cruz. No existe manera de intentar el capítulo anterior que será el que me permita levantarme de la silla del escritorio. Así podré cambiar el disco y disfrutar del sol en mi ventana. No soy capaz de escribir como inventaste esos sueños. Mejor no decir nada, antes de que truene la verdad y me parta un rayo.