domingo, 30 de octubre de 2011

NO FUIMOS SANTOS

Hoy me han fotografiado haciendo de muerta en una fiesta de Halloween. Bendita yo sobre la cama, ribeteada en risas y caretas, alcohol y crisantemos. No soy una santa, que dios me maldiga. Bienvenido sea pues, el anglicismo.

Me duermo, para ver que se siente en realidad. Me agarro a la almohada y permanezco flotando en ella lo reglamentario. Ocho semanas, ocho meses, ocho años. Más y así descanso. Sueño que Mike Jagger me invita a una raya de coca en su Limousine. Entonces resucito en mala hora y empiezo a pensar que Swedenborg tiene razón. ¡Vaya lío! Sin buscarla, encuentro la respuesta en un poemario que me mueve y me intriga por intuición: “Mick Jagger me grita al oído no siempre puedes conseguir lo que deseas”. Y esa inoportuna afinidad me sirve otro gin tonic. Mike Jagger sabe decirlo como dios manda. Yo no. Lo admiro y lo envidio. Si grito en voz alta se me acusa de baja autoestima. Si me escondo, soberbia: ¡Culpable! Si no hablo de ello, mi condena rompe maligna. Mejor, pinto roja mi sonrisa inocente y de ese modo me doy la razón. Somos gilipollas.

Leo mi diario, una y otra vez, antes de hacerme la muerta. Me destruye el flash y una explosión de carcajadas.  Yo, tumbada en la cama, tan inerte como mi disfraz, como el resto de invitados. Halloween se resuelve en blanco y negro, representando la muerte tal cual es en vida. Alguien me ofrece una copa. Estoy saturada, ya he bebido demasiado. A hurtadillas, abandono la recepción sin despedirme de nadie.

Echo de menos ese viaje que hice a Nápoles antes de nacer después. Ese en el que el tren llegaba de noche. Sin que nadie me esperase. Sin haber reservado habitación.